En Irlanda un sondeo dio el “no” en cabeza, otro el “sí”. Más del cuarto de los electores sigue siendo indeciso.
No se sabe si los irlandeses adoptarán o rechazarán el nuevo Tratado europeo en el referéndum de mañana pero hay una certeza en esta incertidumbre: Los europeos son enfadados con Europa, por lo menos muchos de ellos en muchos países.
Se desconfían, la tienen responsables de todos los males y de sus contrarios, no saben dónde les lleva este proceso de unificación.
Resumidamente, la rechazan y los argumentos de estos de euroenfadados - “estoy a favor de Europa pero otra, más de esto, menos de eso… " no cambian nada a esta realidad.
Hay tantas causas a esta crisis que incluso una victoria del “SÍ” en Irlanda no debería llevar subestimar la.
La primera es que entramos en un mundo tanto nuevo e imperceptible que el miedo encarga la prudencia, conduciendo las naciones europeas a doblarse sobre el marco conocido de sus Estados porque prefieren uno tenido en mano que dos porvenires. Una revolución tecnológica sacudió las viejas industrias en las cuales se hacía su vida.
La aparición de nuevos gigantes económicos con costes de producción ridículos ejerce una presión sobre los salarios y los acuerdos sociales, por todas partes revisados a la baja.
La libre circulación de capitales y la unificación del mercado mundial por la reducción de las distancias crean nuevas competencias que cada región experimenta y vive difícilmente.
Sin hablar de nuevas crisis políticas que se multiplican, este contexto no son, obvia, favorables a un proyecto de construcción Europeo que pasó así rápidamente de algunas políticas comunes a la moneda única, tratados que se acumulan y la inclusión de nuevos países no conocidos por una mayoría de los ciudadanos de la Europa de los Seis o incluso de los Quince.
La Unión da el vértigo y la segunda gran razón de este rechazo es que estamos en un entredós: cada vez más decisiones dependen de las instituciones comunes pero sin que ellas mismas dependen, claramente al menos, de los electores europeos que tienen el sentimiento, muy justificado, de no tener peso sobre ellas.
La Unión sufre de un déficit democrático y, si se añaden a eso la crisis de las grandes corrientes políticas europeas, izquierda y derecha, y el descrédito de las élites, la ausencia de glamour de los Europeos para Europa se podría ser, aún, bien mayor.
Esta crisis no escapa al análisis. Se explica, al contrario, pero es doblemente catastrófica.
A permanecer en formación abierta, no presionar el paso hacia una potencia Europa que no podría ser sino federal, los Europeos rápidamente habrán perdido la batalla económica y política contra los gigantes, continentes o pedazos de continentes, que dominarán este siglo.
A no oponer al mercado mundial un poder público en condiciones de hacer el contrapeso, los Europeos no salvarán su modelo social sino lo verán barrer ya que los Estados naciones no tienen ya los medios de protegerlo.
Europa es una urgencia pero los Europeos consideran, ellos, que es urgente esperar.
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