Fue, en primer lugar, Silvio Berlusconi que acusó al Banco central hacer nada contra la sobre evaluación del euro y a los Comisarios europeos constantemente de poner en el banquillo los Gobiernos nacionales.
Algunas horas más tarde, Nicolás Sarkozy no ha sido menos directo cuando pasa una bronca al Comisario Mandelson, acusándole haber hecho temer una reducción de las subvenciones europeas para los agricultores irlandeses por que se pronunció en las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio.
Es toda la Comisión que así se encontró en el colimador del Presidente francés, culpable a la vez del “NO” irlandés, de un cuestionamiento de la Política agrícola común a la hora de las escaseces alimentarias y, más profundamente, aunque esto no se decía, impedir a los Gobiernos controlar recordándolos demasiado estrictamente, sin respeto a las circunstancias, al respeto de los Tratados que sus países firmaron.
Como Silvio Berlusconi y como tanto europeos, Nicolás Sarkozy no es ya lejos ver en el ejecutivo europeo una simple máquina burocrática, demasiado jurídica, no bastante político y cortada de las realidades. Al respecto, Ángela Merkel se opuso a las propuestas francesas de reducción del IVA sobre la gasolina alegando que Europa debía acostumbrarse a consumir menos petróleo ya que sus cursos seguirían siendo al alta. Los checos se negaron a comprometerse a hacer ratificar el Tratado rechazado por los irlandeses ya que no son seguros disponer de la mayoría parlamentaria necesaria y los nuevos miembros por fin empujaron altos gritos cuando Francia ha vinculado la continuación de la ampliación a la entrada en vigor de las reformas institucionales.
No solamente Europa perdió su locomotora desde que la unificación alemana hizo resurgir una rivalidad continental entre París y Berlín pero no hay más de consensos en la Unión - ni sobre su finalidad, Europa potencia o Europa mercado, ni sobre sus políticas, liberales o intervencionistas, ni sobre sus instituciones, a dinámica federal o respetuosas de las soberanías nacionales.
La realidad del momento, es la desunión europea ya que la Unión en adelante progresó demasiado, en todos los ámbitos, para no cortar sus problemas de fondo antes de poder avanzar de nuevo. Jacques Delors tiene seguramente razón decir que debe reanudar su respiración aprovechándose, era de algunos, a objetivos concretos y federalistas como la política energética y del agua.
Eso no podría hacer mal pero, mientras partidos paneuropeos no ofrecerán a los ciudadanos de la Unión la posibilidad de enviar una mayoría clara sentarse en Estrasburgo y tomar el mando en Bruselas, la desunión se ampliará, siempre más.
No son los Gobiernos nacionales que solucionarán esta crisis: Es la democracia europea.
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