Los que hablan de pobreza, después de une buena comida: el discurso es mejor; hablan de la pobreza de los demás y los que la sufren no hablan de su propia miseria.
No quiero hablar de la pobreza: los “amigos” que miran de otro lado pero también los amigos que disponen de nada pero lo comparte contigo.
No quiero hablar de esta pobreza de clase donde si estas dentro de los círculos de asistencia: la sociedad te identifica, te asigna un número y te ayuda, si no… tienes la sensación de no existir.
No quiero hablar de las interminables colas del INEM que te hace sentir que eres nada.
No quiero hablar de lo que puede sentir un inmigrante, comunitario o no, en periodo de crisis, que recibe cartas anónimas racistas y xenófobas.
No quiero hablar de estas ofertas de trabajo que se hacen para aprovecharse de la situación.
No quiero hablar de la pobreza que degrada la condición humana y que demuestra la realidad de una sociedad egoísta, fría y con poca calidad humana: Rellenar formularios y hacer colas es la realidad de la pobreza aquí.
No quiero hablar de la pobreza y de los que utilizan la culture para excluir, segregar cuando la culture es signo de universalidad y de integración.
Quiero hablar del que se sientas al lado de la pobreza para compartirla.
Quiero hablar del que ayuda a encontrar una solución; pero necesitaré cien libros y cien vidas.
Quiero hablar de la sonrisa de esta mujer, no conocida, en una esquina, que ha dado un poco de sol en un día gris de otoño.
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